5 jun 2011

Cántame, Oh Musa...


Empezaremos el mes y la semana, con la historia de un pequeño e ignorado músico, Marsias. Y es que, un día, vagando por los bosques, la diosa Palas Atenea, encontró un hueso doble, que las hormigas habían vaciado y limpiado por dentro; en este hueso doble hizo unos agujeros y...¡He aquí la flauta!

Atenea quiso enseñar a todos los dioses reunidos en el Olimpo este nuevo invento del que se sentía tan orgullosa. Se sentó y comenzó a tocar lo que los griegos llamarían aulos. Sin duda alguna interpretó una música maravillosa, una música divina, ésa es la palabra. Y sin embargo Hera, la madre de los dioses, la hermana y ala vez esposa de Zeus, y Afrodita, la diosa del amor, volvieron los rostros y empezaron a cuchichear y a reírse disimuladamente. Atenea se quedó perpleja al verlas y se preguntó si posiblemente no estaba tocando bien. Pero descubrió que no se trataba de eso, sino que era ella misma el motivo de tales cuchicheos.

Bajó volando a la Tierra, busco un lago de montaña transparente, se inclinó hacia la superficie del agua y volvió a tocar la misma canción, esta vez sólo para ella. Mientras lo hacía contempló su rostro, y cayó en la cuenta de por qué se habían reído Hera y Afrodita. Su imagen reflejada mostraba una cara abotagada por el esfuerzo, amoratada y enrojecida, con los ojos apretados y las aletas de la nariz repugnantemente hinchadas. La música sonaba maravillosamente, pero afeaba al músico. Atenea dedujo que no podría pavonearse en ninguna parte con este invento: tocar el aulos no era para ella, tal vez para ninguna mujer; la volvía abominable.

Así pues, arrojó la flauta a sus espaldas y no sólo eso, le echó una maldición: "A cualquiera que toque esta flauta le sobrevendrá una desgracia".

Y mira por dónde que se acerco un infeliz sátiro llamado Marsias, al que consideraban un duende inofensivo, habitante de los bosques, no muy espabilado pero muy pagado de sí mismo. Y al tropezarse con la flauta pensó que le podría servir de algo. Y empezó a tocar.

No tenía ni la menor idea de música ni del manejo del instrumento, pero hete aquí que de la flauta salieron como por arte de magia sonidos celestiales, debido a su origen divino, precisamente. A Marsias no se le ocurrió pensar que había algo sobrenatural detrás de todo aquello, sino que atribuyó lo maravilloso de la música a su genio, del que, como él mismo decía, no había sabido nada hasta aquel mismo momento.

De modo que se fue a ver a los campesinos de las cercanías y toco ante ellos. Y todos lo felicitaban maravillados. Se quedaban con la boca abierta, maravillados y de ellos, uno le dijo que su arte sólo era igualado por el mismísimo Apolo.

En ese momento el desdichado y chiflado Marsias habría tenido que desmentirlo, aunque sólo fuera por compromiso. Pero no, se llevó consigo esta frase para su siguiente viaje, incluso como una especia de eslogan que rezaba "Sólo Apolo toca tan bien como yo".

Y es que es aconsejable apartarse de los dioses y no mencionarlos siquiera, pues sólo se consigue despertar su atención y su ambición. Apolo oyó cómo se fanfarroneaba a costa de su nombre y durante un tiempo estuvo observando a Marsias desde el Olimpo, hasta que un día descendió y le dijo que si pensaba que tocaba tan bien como él mismo, le retaba a organizar una competición. Apolo con la lira, y Marsias con la flauta.

Y como era de suponer, el ingenuo de Marsias aceptó. Apolo convocó a un jurado verdaderamente selecto: las musas, las diosas de las artes y de las ciencias, serían quienes juzgaran cuál de los dos era el mejor. Ellos acordaron, que el ganador podría hacer lo que quisera con el perdedor y ambos estuvieron de acuerdo.

Tocaron. Apolo la lira, Marsias el aulos. En un primer momento la cosa no fue mal para el sátiro ya que las musas confesaron que no podían apreciar quién era de los dos el mejor. Así pues, Apolo propuso que Marsias hiciera todo lo que él hiciese. Y Marsías seguía asintiendo para su desgracia.

Apolo dio la vuelta a la lira y la tocó con la mano izquierda, y se puso a cantar. Esto es posible con la lira, con la cítara tal vez, pero seguro que no con un instrumento como el aulos, semejante a la flauta. En primer lugar porque si se le da la vuelta no suena y en segundo lugar porque ningún ser humano puede tocar la flauta y cantar al mismo tiempo. Ni siquiera un dios puede hacerlo,porque tampoco ellos proceden a su libre antojo con las cosas de este mundo. De manera que Marsias perdió la competición, y las musas dieron a Apolo la corona de la victoria.

Apolo le recordó que habían convenido que el vencido se pondría a disposición del vencedor. Así que cogió al pequeño Marsias del cuello, lo ató al tronco de un gran abeto y lo desolló vivo con el aulos, el extraño hueso doble. Las musas allí presentes acogieron los gritos de Marsias como una especie de música. 

Y es que las musas saben ver lo artístico en todas las cosas del mundo.

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