1 may 2011

Introducción al libro en la Antigüedad.


Editar una obra antigua y la de un autor contemporáneo son dos tareas muy distintas. Si tomamos la edición crítica de una obra, podemos observar que va precedida de un prefacio en el que el editor da cuenta de los manuscritos, papiros, citas de la traducción literaria indirecta, listas de escolios o comentarios que le han servido para establecer su propia edición. Y sólo en muy pocos casos, realmente en casos muy excepcionales, el autor se encuentra ante un texto original. Entre el manuscrito original y la edición crítica hay un largo proceso de siglos. Estudiar este proceso es el objeto de las tareas más fastigosas y apasionantes de la filología: la historia de la tradición del texto.

Es en el período comprendido entre los s.VI y V a.C. cuando de hecho surgen los primeros intentos por perpetuar las ideas con el despertar de la personalidad[1]. Y para ello contribuyó mucho un tipo de soporte. Los rollos de papiro han debido ser el primer ejemplo de lo que podemos llamar en sentido lato "libro". Es en este material, en el que publican los presocráticos sus tratados.

En muchos casos debemos adaptar nuestra visión moderna acerca del proceso de edición de una obra a la que se tenía en la antigüedad. Como en todo proceso histórico debemos ver con otros ojos aquello que se producía, contextualizándolo a las técnicas y costumbres de la época.

Hemos de suponer, por tanto, que el autor dictaba el contenido de su obra a amenuenses; era pues un tipo de edición privada, para usos muy restringidos. El libro pasaba luego de mano en mano, aunque muy pronto debió iniciarse un cierto comercio librero[2] a pequeña escala, para satisfacer las demandas del público. Otras veces la confección debió de tener finalidades puramente prácticas: cuando Píndaro componía sus epinicios y debía cuidar de su ejecución, se veía en la necesidad de proporcionar copias para que el coro pudiera ensayar.

Aristófanes nos cuenta en "Ranas v.114", que "cada ciudadano, con un libro en la mano, aprende lo que debe.". La enseñanza se basaba en al lectura de los grandes autores del pasado.[3]

Y otra característica importante a tener en cuenta en esta época que afectará claramente a la transmisión del texto original, son los derechos de autor.

Los derechos de autor son prácticamente inexistentes en el mundo griego y latino. Cualquier autor podía vender su texto/obra a un editor, quien quedaba dueño de la obra. Ello hizo que la obra quedara a merced de revisiones, cambios, correciones,...[4]



[1] Los griegos disponían de tablillas de cera -que, en la práctica sólo servían para tomar notas y hacer borradores- o de papiros que ya habían sido usados en el Egipto faraónico.
[2] Nos han llegado noticias que dicen que Sócrates compró un texto de Anaxágoras por una dracma, y que Platón se hizo con las obras de Filolao por cien minas para su colección en la Academia.
[3] Como se verá más adelante, este modelo de educación a tarvés de la lectura de los antiguos va a perdurar en el tiempo y se va a ver claramente su herencia del mundo griego en el Imperio Bizantino.
[4] Kleberg, pág. 51-ss.

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